🤚🏻 El 15Mal
¿Es lícito exigir en los medios, los tribunales y la calle lo que no se ganó en las urnas?
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👋🏻 Saludos, votantes,
En 2011 miles de personas ocuparon la Puerta del Sol para mostrar su descontento con la gestión de la crisis económica. Ahí se inició un ciclo político que hizo tambalearse al bipartidismo y que ahora languidece: Ciudadanos ya no existe, Podemos se encamina hacia la irrelevancia y Vox da señales de decaimiento. El bipartidismo repunta, las mayorías absolutas ya no son quimeras, y todo parece ir a terminar casi como empezó. Pero ahora muchos de los indignados no piden más democracia, sino menos.
Al lío 👇🏻
🪧 Punto uno: quiénes son
En la calle hay, sobre todo, gente enfadada, como se ha visto en las concentraciones frente a las sedes del PSOE. Lo que varían son los motivos de ese enfado, que es muy diferente a la indignación de aquel 15M. La mayoría están enfadados porque sienten que pierden sus privilegios, ya sean económicos, sociales o laborales. Por eso convergen quienes claman contra la redistribución de la riqueza, quienes braman contra las políticas de igualdad o quienes ven en la inmigración una amenaza a su modo de vida. No va la cosa (sólo) de amnistía.
El perfil, por eso, es más diverso de lo que dibuja el estereotipo que lanzan desde la izquierda. En esa descripción hay gente de alto poder adquisitivo y gente de barrios obreros. Pasó hasta en las últimas elecciones andaluzas, terreno tradicional de la izquierda, ahora convertido en coto de caza y de riego donde Vox ha sabido echar raíces. Y se vio también en las últimas elecciones madrileñas: es el voto más transversal, en cuanto a renta, de todos.
Si no se puede concretar con el poder adquisitivo, tampoco con la edad. El votante de Vox -partido detrás de las concentraciones- es, en general, un hombre blanco, hetero, enfadado por unas cosas y asustado por otras. Pero dentro de ese genérico hay votantes de mediana edad -pequeños empresarios, autónomos, liberales que sienten que contribuyen sin recibir nada a cambio- y muy mayores -algunos nostálgicos, otros temerosos de los cambios sociales-.
Y también los hay, y mucho, jóvenes: criados en círculos conservadores, hijos de la ‘guerra cultural’ que la derecha empezó en universidades e iglesias hace años, que ya no es sólo cantera sino que ejerce el derecho a voto. Los que han venido a ‘putodefender España’ enfundados en ropa de marca, chalecos y pulseras de bandera.
¿Y la amnistía? Es el catalizador, pero no el único motivo. Igual que la crisis económica de 2007 fue el detonante del 15M que, en realidad, mostraba una desafección política mucho más amplia a través de enfado antisistémico. Por supuesto, en las manifestaciones que han cortado calles -sin permiso ni intervención policial de la intensidad de otras ocasiones- no hay sólo votantes de Vox por enfado. Hay también votantes de Vox por ideología. Y muchos que van más allá.
Las imágenes que quedan de estos días de protesta son bastante elocuentes: brazos alzados, símbolos filonazis, banderas carlistas, himnos franquistas, bengalas, petardos, quema de contenedores y violencia. Pancartas que claman contra la Constitución y contra el Rey, y hasta insultos a la Policía. “Piolines, os tenían que haber tirado al mar en Barcelona”, les gritaban la otra noche.
Tan amplio es el espectro de gente que se manifiesta en las calles en estos días que se corre el riesgo de generalizar. Los hay que protestan por constitucionalistas -entendiendo, según su visión, que una ley de amnistía que aún no ha sido ni anunciada va contra la Constitución- y los hay que, aprovechando el momento, resucitan viejos monstruos dormidos contra esa misma Constitución (que, según sus pancartas, ‘debilita a la nación’).
📢 Punto dos: el origen
La lectura inmediata de todo esto es esa negociación para la previsible investidura de Pedro Sánchez, pero el trasfondo hay que buscarlo atrás en el tiempo y lejos en la distancia.
Desde la derecha recuerdan ahora episodios posteriores al 15M, como cuando aquel movimiento devino en manifestaciones más violentas que pretendían ocupar -luego rodear- el Congreso, o como cuando hubo protestas tras las primeras elecciones que ganó el PP en Andalucía. Desde la izquierda se recuerdan, por su parte, los asaltos al capitolio de EEUU o a la Plaza de los Tres Poderes en Brasil.
Aunque son diferentes, también hay paralelismos. Igual que hubo una indignación que cristalizó en un movimiento de izquierdas, en todo el mundo ha ido cundiendo otra indignación reactiva. Es una nueva derecha ultranacionalista, identitaria contra lo global y tradicionalista ante el progresismo.
En el caso español, como ha sucedido otras ocasiones en distintas latitudes, se ha dado un movimiento general en ese sentido: Vox es el Podemos de derechas, y este es el 15M de derechas, como lo del Capitolio fue la némesis del ‘Occupy Wall Steet’.
Para entender el origen hay que recordar la forma en que, desde partidos políticos sistémicos, se alentó la idea de que Sánchez era un presidente ilegítimo, o que desde cabeceras y emisoras de toda la vida (además de los nuevos ‘influencers’ ultras en redes sociales) se haya contribuido de forma activa a demonizar la acción de Gobierno ya desde la pandemia.
Igual que fue el Partido Republicano el que acogió y dio alas a Trump, en España ha sido el PP, en su intento de reunir a la derecha, quien ha normalizado las relaciones con la ultraderecha en las instituciones y ha dado visibilidad a sus posturas.
En estas semanas de negociación de la investidura, y tras su inesperado revés electoral, la derecha se ha movilizado en bloque. Decisiones judiciales desmedidas que se comunican justo ahora, tomas de posición jurídica sobre una ley que aún no se ha redactado y llamadas a la acción para evitar la investidura. Todo después de que el expresidente Aznar, el último líder que unió a todas las sensibilidades de la derecha, llamara a la acción tocando a rebato.
En los mentideros políticos la lectura va en clave estratégica. Que si esto añade presión a Sánchez para que no pacte con los independentistas. Que si añade presión a Puigdemont porque la alternativa a firmar es que esta derecha les gobierne. Que si Vox, consciente de su decadencia, lucha por sobrevivir agitando la calle. Que si Feijóo no sobrevivirá políticamente si no se distancia de estas protestas (algo que su rival interna, Ayuso, parece haber entendido mejor que él).
En lo social, estamos a un error de tener una desgracia de consecuencias imprevisibles. Si esto fuera de elegir bandos, o de tolerar males menores, todos tendríamos clara nuestra decisión. Y eso es así porque la polarización ha ganado al debate. La democracia nunca ha ido de bandos, sino de propuestas y diálogo.
Pero ni los medios, ávidos de audiencia, ni los líderes políticos, ávidos de votos, son los culpables. Tampoco el algoritmo que hace que sean las publicaciones más divisivas las que mayor visibilidad alcanzan. Los culpables somos la audiencia y los votantes, que somos quienes decidimos qué premiar con nuestra atención.
Ya no vale meter miedo con que puede venir el lobo: el lobo, de tanto llamarlo, ya está aquí.
🤔 Uniendo los puntos
¿Se puede intentar ganar desde los medios, los despachos, los tribunales y la calle lo que no se ha ganado en las urnas? ¿Está haciendo la derecha lo mismo que hizo la izquierda en su día o esto es otra cosa? Como en la pandemia, con estas manifestaciones se ha pasado en las redes sociales del humor al miedo. Por si acaso la situación no ha dejado de empeorar.
Como en la canción, “hoy sonó la voz del presidente y ya nadie ha podido dormir”.
Descansa, si puedes, o muévete, si no. Te escribo en unos días 👋🏻