👨👩👧👦 Familias en conserva
En algo coinciden las ideologías domésticas: unos aspiran a tener y otros a seguir teniendo.
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👋🏻 Saludos, votantes,
En la última carta hablaba de cómo transmitimos ideología en casa sin reparar en ello. Las familias, como epicentro social que son, sirven para muchas primeras veces, también en esto. La primera visión de la realidad se construye con los valores de casa, y en ella se acumulan vivencias políticas más o menos relevantes, como la primera mañana electoral en familia o la primera discrepancia en una sobremesa. En política, como en todo, el hogar es una influencia, pero para algunos es más que eso y se convierte en un condicionante inexorable.
Al lío 👇🏻
🤗 Punto uno: afectos políticos y defectos familiares
El refranero es un divertido repositorio de ciencia social, aunque más social que científico. Por eso a veces contiene afirmaciones que no son correctas, como que los polos opuestos se atraen. Es verdad que hay parejas con enormes distancias políticas, pero no es la norma. Uno de los casos más conocidos es el de Inés Arrimadas, líder de Ciudadanos, y su marido Xavier Cima, exdiputado de CiU en el Parlament de Cataluña. Hay muchos más pero -insisto- no son lo común.
¿Por qué? Porque en las relaciones personales y sociales buscamos estar cómodos, y eso se consigue rodeándonos de gente que comparte una visión del mundo similar a la nuestra. Recuerda, ideología en sentido amplio: no se trata sólo de tu visión de lo político, sino de muchas más cosas como lo social, económico, educativo, cultural o lo que sea. No se trata de encajar en todo, obviamente, pero sí en aquellas cosas que ambas partes consideran esenciales.
Justamente estos días lanzaban un sondeo que afirmaba lo contrario desde Electomanía: en términos generales los españoles dicen ser tolerantes a la discrepancia política respecto a su pareja. Los porcentajes bailan mucho (y no necesariamente en función de lo radical que sea la ideología de los partidos a los que votan los encuestados), pero según los datos mostrados más de la mitad asegura que aceptaría que su pareja apoyara una opción política radicalmente diferente.
¿Entonces? La propia ficha técnica del sondeo reconoce que la muestra aleatoria no es representativa, así que no deja de ser una instantánea que no se sabe bien si se puede extrapolar. Tampoco, por supuesto, mi visión. Pero la literatura científica está llena de ejemplos en esa línea que comentaba: las redes sociales son un buen botón de muestra que evidencia que seguimos a los que comparten nuestra visión del mundo, no a quienes la cuestionan. A todos nos gusta que nos den la razón, también sobre todo en las relaciones familiares.
Por supuesto, no todos los matrimonios ven la vida exactamente igual o, en términos políticos, votan al mismo partido. Pero más o menos sí se comparten visiones comunes. ¿Que uno vota al PSOE y otro a Ciudadanos? Perfectamente posible. ¿Que uno vota a Vox y el otro a EH Bildu? Va a ser que no.
💸 Punto dos: la variable económica de la ideología
Si estamos de acuerdo en que formamos una familia con alguien con quien somos afines -también, más o menos, en lo político-, es de esperar que en el hogar se desarrolle una visión del mundo más o menos homogénea por parte de los padres. Independientemente de qué signo tenga esa ideología, los hijos luego adoptarán la visión que quieran… casi siempre. Porque hay un condicionante que sí ejerce de aglutinador: tener.
Va una explicación sencilla: quien no tiene recursos aspira a tenerlos y educa a sus hijos para que luchen por escalar posiciones sociales; quien tiene recursos aspira como mínimo a mantenerlos, y educa a sus hijos con la esperanza de que puedan incluso aumentarlos. Hay, por tanto, cierta convergencia en la ideología: todos querríamos tener, aunque no todos podemos hacerlo. Unos aspiran a lograrlo, otros quieren conservarlo.
🌬️ Aspirar. Antes se daba por sentado que el voto obrero era de izquierdas. Ahora no es raro que en el extrarradio obrero de las ciudades, o en los PAUs de quienes quieren vivir con cierto estatus pero no pueden permitírselo, abunde una visión liberal de la vida. Los motivos son distintos, pero de nuevo convergen los intereses: como sus economías no son boyantes, pueden llegar a entender que si tuvieran más capital disponible podrían vivir mejor, de forma que los impuestos se ven como una carga y no una aportación al común.
Es la lógica de los llamados ‘perdedores de la globalización’. Unos, trabajadores de base, con economías limitadas y puestos de trabajo que ven amenazados por la inmigración. Otros, asalariados, pequeños empresarios o autónomos con formación que sienten que aportan más de lo que perciben porque reniegan de los recursos públicos en su búsqueda de estatus. Paradójicamente ambos son estratos sociales muy dependientes de lo público (educación, sanidad, transporte), si no siempre (los primeros) sí en el origen de su andadura vital (los segundos).
Este sondeo postelectoral en Francia lo ilustra bien: Le Pen ha tenido más votos de las clases más humildes (y también el voto rural), mientras Macron se ha llevado el de las elites (y también el voto urbano). Una representa el voto de protesta contra todo y el otro el voto elitista de quien ha triunfado desde el arrullo del sistema.
🥫 Conservar. Hace tiempo di clase en un centro universitario algo particular, en el que sus alumnos eran los herederos de algunas de las familias más pudientes de este y otros países. Tardé un curso en dejarlo. Fue una experiencia complicada por dos motivos: primero, a la mayoría no le interesaba nada de lo que explicaba porque no lo iban a necesitar en su vida; segundo, los referentes que manejaba les eran totalmente ajenos, lo que complicaba captar su atención.
Lo que me terminó de descorazonar fue escuchar a una de las pocas alumnas que sí tenía interés -venía de una de las sagas familiares más importantes del panorama empresarial patrio-, cuando intentaba explicarme su visión del mundo. “Nuestras familias esperan que aquí nos juntemos con niños con apellido”, me dijo. Suponiendo una visión del mundo similar entre los hijos de las familias pudientes, la relación aquí se fijaba también a partir de cierto estatus que sirviera a ambas partes para conservar su posición.
👑 Casi monarquías — elpais.com
Interesante este artículo de Sergio C. Fanjul en El País sobre cómo los delfines de la aristocracia patria han reconquistado la escena pública, aunque con un toque diferente al de sus progenitores. Niños y niñas con apellido que entrelazan destinos familiares acomodados para perpetuar un linaje pudiente: como si fueran de la realeza, pero sin serlo (o sí).
🕺🏻 La clase ociosa — www.elmundo.es
Hay formas y formas de hacerse rico, y una de las más difíciles es hacerlo trabajando. La más fácil, de nuevo, es que el dinero venga de cuna. Pero ¿a qué se dedica quien no tiene interés en aprender porque, total, no lo necesita? Esto de Rodrigo Terrasa retrata a una clase alta extractiva que de vez en cuando asoma la patita por sus negocios… muchas veces a costa de lo público. Es el caso de Luis Medina, familia del duque de Feria, y que decía ser hombre de negocios sin que conste ninguno antes de acabar haciéndose (aún más) de oro a costa de las comisiones por la venta de mascarillas en plena pandemia.
💁🏼♀️ Punto tres: el cliché pijo
De lo expuesto hasta aquí no interpretes que sólo en las familias pudientes se conservan valores. Por supuesto, muchas familias más humildes traspasan esa ‘conciencia de clase’ a sus hijos, que conservan y amplían la visión que se inculca en casa. Ese proceso de creación de filtros funciona al margen de cuál sea la ideología o el nivel de renta. Pero sí es cierto que es más fácil ser continuista con algo que socialmente se percibe como deseable. Traducido: si en tu casa se vive bien es más práctico avenirte a los valores domésticos para seguir girando en esa cómoda rueda.
Pero es cierto que existe cierto ‘cliché’ del pijo. Ni todos los que vienen de entornos acomodados son conservadores, ni todos rehúyen el pago de impuestos, ni todos rechazan lo público, ni todos viven ajenos a la realidad. Es más, también hay quien, defendiendo lo social, acaba cogiendo el ascensor social hasta el ático y deja de ver lo que hay a pie de calle. No hay nada de malo en comprarte un chaletazo si puedes hacerlo, porque todos querríamos poder, siempre y cuando no lo hayas hecho gracias a decir que no está bien que otros tengan chaletazo.
En esa construcción social del pijo la publicidad ha tenido mucho que ver. Aquel anuncio de Loewe de 2012 tuvo mucho peso. A saber: marca de lujo que se anuncia con gente joven de parné (porque no todos pueden comprar Loewe), pero que hacen gala de ser tan naïf que se constituyen en caricatura más que en representación de nada.
Pero en ese retrato también hay mucho de ficción, y en eso pocas marcas como Burger King han incidido más. A fin de cuentas son una cadena de comida rápida, lo cual se asocia a ser baratos y de mala calidad. Así, si alguien supuestamente acostumbrado a lo bueno consume su producto es porque se niega la mayor (no por ser baratos se es de mala calidad). Su última campaña, la de los ‘Cayetanos’ (larga vida a Carolina Durante) explota el filón.
Aunque no siempre han hilado tan fino. Hace algunos años se subieron al carro de la caricatura (como otras marcas) para mostrar a supuestos pijos comiendo sus hamburguesas. La verdad, es extraña la fijación de Burger King con su visión de los pijos.
🤔 Uniendo los puntos
Hace muchos años tuve una iluminación. Fue en un sitio tan poco idílico como un Starbucks junto a la Plaza de Colón en Madrid. Entraron un grupo de chicas jóvenes que iban comentando que si sus padres le habían dado las llaves del piso nuevo, que si le habían regalado el coche para cuando se sacara el carnet. Vestián bien (supongo), iban maquilladísimas y hablaban sin despegar la vista de móviles carísimos.
Por un instante fugaz intenté ver el mundo desde sus ojos y pensar cómo sería la vida sin preocupaciones económicas. Saber que, pasara lo que pasara, no necesitarás hacer nada para vivir porque tienes tus necesidades más que cubiertas.
Piénsalo por un momento.
Igual la culpa es nuestra por no vivir la vida como lo que es, un viaje corto en el que ponemos el dinero en el centro cuando debería estar a un lado. Pero esto, como todo lo anterior, también es ideología, y supongo (espero) que se lo transmitiré a mis hijos.
Descansa, te escribo en unos días 👋🏻