📦 ¿Y si en la caja sólo hay humo?
¿Para qué nos preocupamos por tener seguidores si al final no te siguen de verdad?
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👋🏻 Saludos, votantes,
Si lees esto es porque eres una de esas pocas personas que recibe este boletín. Y lo de ‘pocas’ no es falsa modestia: en comparación con las cifras de suscriptores de las que presumen otras newsletters que leo sois objetivamente pocos. A ver, a mí me parece heroico que tanta gente aguante mis turras, pero como en este mundo sólo se presume de cifras grandes yo soy de los que esconde la cifra. Y justo de eso vamos a hablar hoy: del miedo al fracaso, de lo que supone haber sido educados para sentirlo y de qué entendemos por fracaso en términos sociales.
Al lío 👇🏻
🪪 Punto uno: ¿y tú quién eres?
En el último boletín hablaba de las cosas que tenemos, aquellas que nos identifican y a las que transmitimos parte de nuestra identidad. También de lo que pasa cuando, al despedirnos de seres queridos, revisamos sus cosas para decidir qué hacer con ellas en función de su valor o su significado. Pero en este mundo actual hay otras cajas en las que metemos otras cosas que también dicen mucho de nosotros: aquellas que publicamos en redes sociales para construir una identidad de cara a los demás. Y tanto es así que a veces el humo que almacenamos en esas cajas acaba nublándonos la visión.
Hace no tanto Facebook molaba. De hecho, Facebook era gigante, más que los países más poblados del mundo. Hacía dinero a espuertas, segmentaba audiencias millonarias para anunciantes ávidos de atención y era capaz de condicional el resultado de las elecciones en democracias tan asentadas como la estadounidense.
Esto de la sociedad líquida y la obsolescencia acelerada es lo que tiene: lo que un día es tendencia al otro no es nada.
Twitter, otra red social, es mucho menor en tamaño e influencia. Nunca ha tenido muy claro cómo hacer dinero y con el tiempo ha ido quedando como un sitio tomado por periodistas, políticos, agitadores y espectadores de ‘realities’ (Eurovisión incluido). Por eso mucha gente lleva años vaticinando su final (hola, Antonio), que en teoría iba a ser mucho más rápido que el de Facebook. Este artículo tiene diez años (hola, yo del pasado), ya ves.
Servidor, que tiene un olfato innato para apuntarse a las tendencias, nunca fue mucho de Facebook, pero sí de Twitter. Empecé diciendo que era una red social que no servía para nada y con el tiempo ha llegado a ser mi principal fuente de información, mi ventana al mundo y mi principal escaparate profesional. Puedo decir sin riesgo a equivocarme que algunas de las cosas que he podido hacer han llegado gracias a tener cierto volumen de seguidores en ese entorno. Soy un lince, y como prueba mi primer tuit.
Con el tiempo, comprobar que me equivocaba me llevó a plantearme qué pasaría si la gente (Antonio, yo y otros) tuviera razón y Twitter acabara cerrando. Yo no soy conocido, ni importante, pero si la poca proyección que he podido conseguir ha sido en parte gracias a Twitter eso supondría un problema. Sin esa ventana, como le sucedió a muchas empresas que invirtieron millonadas y cambiaron estrategias para ser visibles en Facebook, podía volverme mucho menos visible.
Y ya se sabe, quienes trabajamos en comunicación intentamos ser visibles para poder vivir. O eso nos decimos.
✍🏼 Ser visibles para ser influyentes — borjaventura.com
La comunicación es, como otros, un negocio basado en la atención: para que lo que contamos llegue a la gente necesitamos llegar a ellos y que nos hagan caso. Es decir, ser influyentes. De ahí a que los comunicadores tengamos miedo a la invisibilidad. Como cualquiera, vaya, pero más. Escribí sobre eso hace tres años en ‘Cuadernos de Periodistas’.
🫥 Punto dos: desaparecer
Piénsalo: cuando una parte relevante de tu identidad pasa por una plataforma y desaparece, con ella se va también esa identidad. Es pura teoría de la comunicación: lo que no se ve deja de ser relevante. Si le pasó a Donald Trump siendo presidente de EEUU, cómo no me iba a pasar a mí. Sin Twitter muchos dejarían de leer las cosas que escribo.
Por eso, y porque como la limitación de caracteres no es lo mío, me lancé a empezar este boletín: ver si podía atraer tu atención desde Twitter a este nuevo espacio. Probar nuevos canales, intentar aprovechar el altavoz que tenía. Por si acaso.
Twitter no ha desaparecido (aún), pero parece que lo va haciendo poco a poco. Desde hace bastantes meses pierdo más seguidores de los que sumo. Por lo que voy viendo, en su mayoría son bots o cuentas que se han ido desactivando. Si soy optimista, puedo pensar que ya se sabe lo que le pasa a los organismos cuando se le van muriendo células, y que es una señal de la decadencia de la plataforma. Si soy pesimista, puedo pensar que las cosas que cuento interesan menos de lo que interesaban antes.
Ahora bien, ¿tener seguidores implica que leen mis cosas? Es más, ¿la gente lee mis cosas porque tengo algunos seguidores, o tengo algunos seguidores porque me siguen tras leer mis cosas?
✍🏼 Ser periodista y parecer periodista — borjaventura.com
Al hilo de todo esto, otro dilema al que me he enfrentado como periodista es sobre si usar Twitter sólo de forma profesional o combinarlo con lo personal -en mi caso, ser subjetivo-. Lo primero sería lo ideal, supongo. Escribí sobre ello hace cuatro años, también en ‘Cuadernos de Periodistas’.
Si has leído hasta aquí igual piensas que estoy lamentándome en público, pero no va de eso la cosa. A ver, a todos nos gusta que nos hagan casito y será genial ver crecer el contador de suscriptores o seguidores. Pero todo esto que cuento en primera persona me sirve para hilar con el tema de fondo: la cantidad de cosas que hacemos como si nos fuera la vida en ello, temiendo qué pasaría si dejáramos de hacerlas, y que en realidad no tienen porqué influir en demasiado.
📩 Vocación, la esclavitud moderna — faqadulting.substack.com
Llevaba un tiempo dándole vueltas a todo esto cuando recibí la última entrega del muy recomendable FAQ Adulting, que iba en gran medida de eso: cosas que hacemos que no nos dan dinero. Y, oye, que si las haces porque te gusta bien. Pero como si fueran una obligación laboral igual no vale la pena.
Ah, la vocación, la eterna maldición del gremio. Hilándolo a lo de antes: ¿y si todo este esfuerzo por tener un perfil social no fuera una cuestión sólo de vocación, ni de miedo a la invisibilidad? ¿Y si fuera sólo ego?
La respuesta quizá sea una mezcla de todo un poco, también con un componente educativo: estamos hechos para no fracasar. No entiendas esto como que nuestros padres, profesores o referentes nos educaron mal, sino que más bien equivocamos la lección: como aspiramos a ganar ya no sabemos perder. Y eso genera frustración, mucha. Sobre todo si cometemos el error de asociar éxito a que la gente te siga. O si vinculamos que te sigan a ser leído -al menos en mi caso, por aquello de que escribo-.
Porque, y aquí está la madre del cordero, no cobro un duro ni por mi cuenta de Twitter ni por este boletín, al menos no de forma directa. Y si mi comunidad está vinculada a una plataforma y no puedo llevarla conmigo es que en realidad esa comunidad no es mía, sino de Twitter. A los medios les costó aprender que su audiencia no era suya, sino de Facebook o de Google. Supongo que a nosotros nos toca aprender que tener un perfil social es necesario, pero no tiene por qué traducirse en éxito o fracaso.
✍🏼 ¿Preparados para ser de cristal? — www.yorokobu.es
Antes de irme de vacaciones dejé escrito el tema de la revista Yorokobu que vería la luz en septiembre. El número iba sobre la necesidad de asueto, pero yo decidí concretarlo hacia nosotros mismos: la necesidad de repensar lo que entendemos con fracasar. Tal y como hemos montado el mundo, para que alguien logre ganar muchos tienen que perder.
Una idea del artículo:
No sé qué edad tienes y seguramente da igual. Nacieras cuando nacieras tienes el convencimiento de que tu generación lo ha pasado peor que el resto. Ninguna crisis ha sido tan importante como aquella a la que los de tu quinta tuvisteis que hacer frente. Y, aun cuando muchos se quedaron por el camino, nunca nadie se quejó tanto como se han quejado los demás cuando las cosas no les fueron tan bien como esperaban.
🤔 Uniendo los puntos
El problema educacional que tenemos nos impide encajar el fracaso como una parte inherente a la vida, un aprendizaje, un proceso o, quizá, una especie de victoria incompleta y parcial. No tengo muchos lectores, pero lo que hago me gusta y me da para vivir. Al final va a ser verdad que esto de la visibilidad no es para casi nadie una cuestión de ganarse la vida, sino de ego. Eso sí, permitidme que esconda la cifra de suscriptores hasta que seamos algunos más, que los periodistas también tenemos corazón.
Te escribo de nuevo en unos días 👋🏻